5. VIRREINATO – SOCIEDAD.
5.1. SOCIEDAD IBEROAMERICANA
La sociedad colonial básicamente es el fruto de la interacción del mundo indígena con el español. Ambas realidades presentaban un panorama social muy complejo al momento de la conquista española.
En América la existencia de innumerables pueblos determinó una importante diversidad cultural, expresada en sociedades muy diferentes entre sí. Había desde pueblos con una simple organización tribal hasta grandes "imperios" en Mesoamérica y Perú. Mientras en los primeros el parentesco era el principal elemento de integración social, los "imperios" poseían una sofisticada estratificación dentro de un complejo ordenamiento estatal.
Por otra parte, los europeos del siglo XVI provenían de un continente en el cual predominaba una sociedad estamental caracterizada fundamentalmente por la existencia de tres grandes cuerpos sociales: nobleza, clero y estado llano. La movilidad social era muy escasa y la pertenencia a cada estamento dependía de la pureza de la sangre. Es decir, quien nacía en cuna noble moría noble y quien nacía campesino terminaba sus días de igual manera.
En el siglo XVI indiano no hubo una sociedad única sino varias coexistentes y coincidentes en diversos grados de relación y dependencia. A grandes rasgos se pueden identificar dos universos sociales: las llamadas "república de los españoles" y "república de los indios". Los españoles se concentraron esencialmente en torno a las ciudades, en tanto los nativos permanecieron en el ámbito rural. Esto implicó la aparición de una dicotomía campo-ciudad muy significativa en la historia de la América española.
El panorama descrito varió sustancialmente a lo largo del segundo siglo colonial. La inevitable mezcla biológica entre indígenas, españoles y negros configuró un mundo multirracial, donde mestizos, mulatos y zambos experimentaron un crecimiento continuo. La sociedad americana, constituida por una serie de grupos con diferentes derechos, privilegios, ocupaciones laborales y posición económica, tomó un marcado carácter estamental.
Para el siglo XVIII, en palabras de María Ángeles Eugenio, "nos encontramos ya con una estructura social perfectamente estratificada, pero no sólo en función de la riqueza de sus individuos, sino en función de lo que mayor trascendencia tuvo en la sociedad hispanoamericana: el color y la fisonomía de tales individuos; o sea, una élite de blancos o casi blancos y una masa de gente de color que, en términos generales, se denominó oficialmente castas ".
5.2. ESTRATIFICACIÓN SOCIAL
El mundo indígena sufrió profundas transformaciones sociales a raíz del proceso de conquista. En las sociedades aborígenes de mayor complejidad, como por ejemplo los aztecas, incas y mayas, los grupos ubicados en la cúspide de la pirámide social fueron eliminados o perdieron la autoridad política sobre sus respectivos pueblos. De esa manera, y a pesar de persistir ciertos rasgos autóctonos, la trastocada sociedad indígena y sus grupos sociales comenzaron a girar en función de la estructura impuesta por los conquistadores españoles.
En las culturas donde las jerarquías de mando eran más inestables la conquista española no logró desarticular la armazón social. De hecho, durante gran parte del período colonial diversas sociedades indígenas, como los aymara, coexistieron con los peninsulares en zonas marginales de difícil acceso.
Algunos grupos no sedentarios se mantuvieron independientes del dominio español mediante una constante resistencia. Solamente experimentaron un cierto tipo de cambio social autogenerado, tal como el de la evolución hacia confederaciones más grandes y liderazgos más sólidos para propósitos militares. Los casos más conocidos fueron los de los chichimecas del norte de México, los chiriguanos de la frontera oriental del área andina y los mapuches del sur de Chile.
La sociedad colonial se estructuró en diversos grupos o estamentos ordenados jerárquicamente.
En el siglo XVI, los conquistadores a raíz de sus hazañas guerreras ocuparon el primer rango social. Sus objetivos principales eran la riqueza, el poder y la honra. Les seguían los primeros pobladores que habían fundado ciudades e iniciado la colonización. Luego se ubicaron los vecinos con casa y patrimonio en la ciudad y los moradores que se ganaban la vida como mineros, pequeños comerciantes, artesanos o granjeros. Por último, los tratantes, pulperos, buhoneros, vendedores ambulantes, etc. conformaron el pueblo urbano.
Esta primitiva sociedad hispana, de marcado carácter señorial, se constituyó en base al usufructo de la mano de obra indígena por medio de las encomiendas. Gracias a la institución de los mayorazgos el grupo social dominante conservó la mayor parte de su patrimonio por generaciones.
Más adelante el dinero se convirtió en el mejor y más eficaz vehículo de movilidad social. Con él se podían comprar la nobleza y el favor del rey, especialmente a lo largo del siglo XVII. Los funcionarios más importantes de la corona (virreyes, gobernadores, etc.), el alto clero, encomenderos y hacendados compartieron desde entonces este privilegiado estamento social.
Los hijos de los españoles nacidos en América -criollos- aumentaron paulatinamente en número y engrosaron al estamento social más alto. En el siglo XVIII comenzaron a autodenominarse americanos y disputaron fervientemente los principales cargos públicos a los peninsulares. Esta pugna fisuró la unidad y los intereses que habían cohesionado al grupo blanco en los siglos anteriores, sembrando la semilla de la emancipación de las colonias americanas.
Criollos y peninsulares nunca fueron muy numerosos. A mediados del siglo XVI había unos 150 mil de ellos en la América española, cifra que aumentó a los 660 mil promediando el siglo siguiente. Recién a comienzos del siglo XVIII la población blanca sobrepasó el millón de habitantes.
Pero no sólo el dinero determinó la estratificación social durante la época colonial. Desde los primeros momentos de la conquista el español se unió sexualmente a las mujeres aborígenes, surgiendo de esa manera el mestizo.
Paulatinamente el número de los mestizos aumentó, cosa que se reflejó en la aparición de una legislación discriminatoria contra ellos. Así por ejemplo, se les prohibió tener repartimientos y encomiendas o desempeñar oficios públicos y reales. "Excluidos de toda función social y del reparto de bienes -señala Manuel Lucena Salmoral- fueron prácticamente empujados a ser pequeños agricultores en un mundo donde la tierra estaba ya repartida entre blancos e indios, lo que les convertiría en un detonador social".
En las ciudades iberoamericanas convivieron los mestizos, negros e indígenas. Del cruce entre todos estos grupos nacieron las castas, uniones polirraciales de escasa incidencia blanca en las que el negro entraba como alguno de sus componentes. Para distinguir a los innumerables tipos étnicos que surgieron de estas uniones, en la época se empleó una nomenclatura muy pintoresca: mulato, zambo, morisco, albarazado, lobo, cambujo, tente-en-el-aire o no-te-entiendo son sólo algunas de las denominaciones que proliferaron en toda la América española.
Durante la colonia las castas se clasificaron teniendo en cuenta principalmente el color de la piel, en lo que Alejandro Lipschütz denominó acertadamente pigmentocracia. Es decir, se relacionó la condición social del individuo con el color de su piel; a mayor "blancura" se ostentaba una mejor ubicación en la sociedad indiana. Era muy difícil acceder a los privilegios, derechos o bienes de quienes tenían la ventaja de contar con una piel más clara, transformándose el prejuicio racial en prejuicio social.
Un antiguo dicho colonial sintetiza el desprecio que sufrieron las castas por parte de los grupos más pudientes y "blancos": "Ya en época muy tardía que Dios hizo el café e hizo la leche, pero no el café con leche".
El nativo americano legalmente fue considerado superior a las castas. Podía disfrutar de sus propios bienes, cultivar sus tierras, criar ganados y comerciar sin las restricciones impuestas a mestizos, mulatos o negros. En efecto, la nobleza aborigen se relacionó con los grupos dirigentes hispanos y pudo conservar ciertos privilegios. Así por ejemplo, estaban exentos del pago de tributos y sus hijos fueron educados en colegios especiales vinculados a las órdenes religiosas.
La masa indígena constituyó la base de la pirámide social por ser la principal fuerza de trabajo en la minería, agricultura, obras públicas y en las industrias rurales o urbanas. Las leyes -que consideraban a los indígenas como menores de edad- regulaban sus actividades y los protegían. No obstante, en la vida real su subsistencia fue muy precaria y su condición social estuvo muy cerca a la de los grupos que legalmente eran inferiores.
El último lugar en la estratificación social americana lo ocuparon los esclavos provenientes de África. De acuerdo con Philip Curtin, los negros que arribaron a la América española durante la colonia superaron el millón de individuos.
Los africanos estuvieron sujetos a muchas limitaciones entre las cuales se cuentan la prohibición de portar armas, andar de noche por ciudades y villas, montar a caballo o tener indígenas a su servicio. Sin embargo, la situación laboral del negro no era tan mala como su condición jurídica. Debido a su mayor resistencia física y al tipo de trabajos que desempeñaron los esclavos negros lograron muchas veces una posición social superior a la del indígena.
El esclavo, especialmente en el siglo XVIII, pudo acceder a la libertad mediante la manumisión. Esta o le era concedida voluntariamente por sus dueños o la adquiría mediante la compra de su libertad a precio de mercado.
Un gran problema para las autoridades peninsulares fueron los negros cimarrones o esclavos fugitivos que huían de sus amos y se agrupaban en bandas. Algunos formaban parcialidades o palenques con una organización según formas políticas de origen africano y desde ahí se dedicaban a saquear haciendas, poblados indígenas y caminos para sustentarse.
5.3. DINÁMICA SOCIAL
La vida social indígena transcurrió fundamentalmente en el ámbito rural, aunque especialmente a partir del siglo XVII muchos nativos se acercaron a las ciudades españolas. No obstante, la mayoría pasó a residir en los denominados "pueblos de indios", donde estuvieron sujetos a encomenderos, corregidores y curas doctrineros.
Otros permanecieron alejados del influjo español en regiones más remotas y de difícil acceso, pudiendo conservar su cultura tradicional. Los casos más conocidos fueron los mapuches del sur de Chile y los mayas de Yucatán. Por último, las misiones de diversas órdenes religiosas albergaron a una importante cantidad de aborígenes, como por ejemplo las famosas misiones jesuitas del Paraguay y las de California.
Los centenarios calpullis mexicanos y los ayllus incas -bases de la organización social precolombina- fueron perdiendo su cohesión debido a la imposición de las jerarquías hispanas. Las antiguas estructuras políticas fueron decapitadas. Los aborígenes desarraigados fueron concentrados en los "pueblos de indios", donde los españoles intentaron implantar sus propias categorías socio-políticas. Así, hubo cabildos indígenas integrados por un alcalde y regidores elegidos por la comunidad. Estos funcionarios se transformaron en intermediarios entre el Estado español y la población nativa.
La vida cotidiana del indígena estuvo regida por el trabajo que debía cumplir en beneficio de los peninsulares. Obrajes, haciendas y minas consumieron la mayor parte del esfuerzo laboral de los nativos. También desarrollaron trabajos agrícolas en sus comunidades, manteniendo muchos de sus métodos ancestrales hasta el día de hoy.
De hecho, la sociedad indígena a nivel local continuó funcionando según sus normas, resistiéndose mucho a la hispanización. Las lenguas indígenas siguieron hablándose, incorporando sólo algunos términos del idioma castellano. Las viviendas y los métodos de construcción variaron muy poco a lo largo del período colonial. Asimismo, se conservó en gran parte la vestimenta tradicional, a pesar de que algunos usaban pantalones, camisas, sombreros y tejidos de lana. El descabezamiento de las clases dirigentes originarias generalizó entre el pueblo el consumo de productos limitados a ellas como fueron, por ejemplo, el pulque en México o la coca y la chicha en Perú.
"lo que sobrevivió de la cultura india en la América española puede identificarse principalmente a nivel individual, familiar y de comunidad. Para las comunidades, la tendencia fue a independizarse una de la otra, resistir las presiones españolas de forma colectiva, y sobrevivir como depositarias de los vestigios del indianismo".
El mundo español, por su parte, estuvo vinculado a las ciudades y villas. La vida de éstas giraba en torno a la plaza mayor, la iglesia y el cabildo y fue un fiel reflejo de la vida urbana europea. Las calles fueron diseñadas de acuerdo al sistema damero, que dividía a la ciudad en manzanas cuadradas imitando un tablero de ajedrez.
El grupo "blanco", conformado por españoles y criollos, habitaba en el centro de la ciudad. Las tierras adyacentes a las localidades españolas fueron paulatinamente ocupadas por los estratos sociales más bajos, dando origen a miserables cinturones de pobreza alrededor de las urbes.
Las marcadas diferencias sociales se expresaban en las ocupaciones de cada grupo. Amparados en la propiedad de la tierra o en altos cargos públicos, el sector privilegiado vivía sin mayores sobresaltos en un ambiente austero. La tendencia era establecer familias extensas y unirlas, a través de matrimonios, con sus iguales. Gracias a ello una minoría controló las esferas provinciales y locales del poder.
La moral pública era celosamente vigilada por la Iglesia, predominando un ambiente conventual en la vida social, aunque abundaban los hombres que mantenían relaciones amorosas con esclavas, indias y mulatas. El cambio de dinastía en España (siglo XVIII) modificó numerosas costumbres. Se generalizaron los bailes de salón, las veladas nocturnas y los teatros, con lo cual la vida urbana cobró más alegría y lujo. La moda se afrancesó con el uso de pelucas, vestidos de encajes, tacones en los hombres y peinados altos y complicados.
El pueblo urbano estaba compuesto por españoles pobres, mestizos, indígenas y castas. Si bien eran considerados hombres libres, no tenían acceso a los cargos públicos ni prestigio social. Los que conseguían enriquecerse, podían incorporarse a alguno de los grupos sociales superiores.
Especial atención merecen los artesanos dedicados a oficios manuales que, al integrarse en gremios profesionales, elevaron su posición social. El gremio más distinguido fue el de los plateros que admitió sólo a españoles. En los demás convivieron indios, castas y aun negros.
La subsistencia de la gran masa urbana se relacionó con una variada gama de actividades comerciales, como fue por ejemplo el caso de tratantes, buhoneros o vendedores ambulantes.
En síntesis, durante la era colonial se registró una dinámica social, donde convivieron múltiples grupos vinculados unos a las ciudades y otros al campo. La mayor interrelación entre ellos se produjo en torno a las instituciones que impuso el mundo español, aunque siempre coexistieron con otras sociedades que se resistían a la hispanización.
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